sábado, 19 de junio de 2010

Redenciones

Redenciones. Aquello de lo que nos queremos librar, que nos pesa como una losa y que llevamos adherido a nuestra alma, y que no cambia de color con el paso de los años. Aquello que es un factor determinante de nuestra personalidad y para nuestra historia en la vida en general.

Aquella redención es aquello que intentaremos ocultar tras una sonrisa forzada, tras unas simples palabras que escondan algo mucho más complejo y que nunca querríamos demostrar. Una parte de nuestra historia que nos persigue como una sombra en una fría noche en un callejón oscuro. Algo que no nos permite estar en paz con nosotros mismos.

En la mayoría de ocasiones las redenciones tienen cara y ojos, tratándose de personas a las que no supimos mantener a nuestro alcance, y por errores propios de nuestra propia personalidad. Aquellas mujeres a las que no supimos amar, aquellos amigos a los que no supimos guardar el principio de la lealtad, aquellos familiares de los que no supimos ganarnos su aprobación y su orgullo.

Pero siempre hay una segunda oportunidad, la cual tan sólo aparece cuando se esfuma la ceguera que nos impide ver el error dónde nosotros tan sólo nos empeñamos en ver el camino correcto dónde sólo hay piedras que nos impiden avanzar. Esa segunda oportunidad suele hacer de nuestra historia algo enriquecedor, una silueta sola tras una puesta de sol, agacha la cabeza y se lamenta por aquello que no tiene, no porque se lo impidiera el destino, si no por algo mucho peor y más doloroso para el ser humano, aquello que no tenemos por nuestra propia, e inconsciente decisión.

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