sábado, 11 de julio de 2009

Carta a mis viejos amigos

Recien he cumplido 22 años. Ya me he dado cuenta de que soy mayor. De que ya empiezo a tener cicatrices de esas que el ojo humano no puede distinguir, a llorar en entierros, a emborracharme en bodas, a esperar a que lleguen las tres de la tarde para que finalice mi jornada laboral.

Ya no somos niños pequeños que salen del colegio a las cinco en punto con la merienda esperandoles en casa. Y cuya mayor preocupación sean los días que faltan para que lleguen las largas vacaciones de verano.

Ahora podemos disfrutar de unas cervezas, repitiendo siempre las mismas anécdotas, olvidándonos de lo terriblemente memos e inocentes que podíamos llegar a ser a esas tempranas edades. Ya dejamos de escuchar nuestra música favorita, grabada en una cinta virgen en nuestro walkman.

Se acabó aquello de soñar con la princesa de nuestros sueños, aquella que nunca llegaría a estar con nosotros. Ahora podríamos sonreir al pensar en que hemos aprendido a poner los pies en la tierra siempre que la ocasión lo permita.

Ahora el mundo al que viajamos cuando nos da por soñar se encuentra mucho más cercano, mucho más a nuestro alcance. Ya dejaron de existir los cuentos de princesas. Ahora existe un cuento mucho más extenso e interesante : la realidad.

1 comentario:

  1. Interesante sí... pero prefiero mil veces la vida que llevaba de niña. Sin preocupaciones, sin relojes, sin sueldos de los que depender (al menos propio).

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